La población humana, actualmente estimada en 7 mil millones de
personas, seguirá creciendo a una tasa anual promedio de 100 millones,
demandando cada vez más recursos naturales a un planeta que ha sufrido la peor
depredación de todos los tiempos a partir de la Revolución Industrial.
Las predicciones
demográficas más conservadoras afirman que en menos de un siglo (año 2100) la
cifra rebasará los 15,000 millones de habitantes; una terrorífica
sobrepoblación que, al igual que hoy, requerirá de aire limpio, agua potable,
alimentos y fuentes de energía para subsistir. Cuando llegue ese momento, el
actual discurso del “desarrollo sostenible” se habrá convertido en una
utopía del pasado, ya que por más grande e inagotable en recursos que hoy nos
parezca el planeta, no deja de ser un medio físico limitado.
En el futuro próximo
la humanidad además enfrentará los efectos del cambio climático, amenaza que
los científicos advierten podría tener alcances apocalípticos. Y no hay que
olvidar la pobreza que sufre la mayor parte de la población, flagelo social que
propicia mayor depredación de los recursos naturales.
Así pues, en la medida que
aumente la población y se agoten los recursos en tierra, los océanos cobrarán
mayor importancia; poco a poco la limitada soberanía geopolítica sobre la Zona
Económica Exclusiva se tornará más estricta y territorial, inclusive es
predecible que surjan conflictos entre naciones por el control de aguas
oceánicas internacionales.
Las islas se
convertirán en puntos extremadamente valiosos para los países que las posean y
aunque el calentamiento global provocará que muchas desaparezcan bajo el agua,
la inmensa mayoría de las mexicanas prevalecerá emergida, sin que se afecte la extensa Zona Económica Exclusiva que actualmente representan para el país.
Por otro lado, los
mexicanos debemos prevenirnos para que no se repita la historia; la delicada
situación política y social que vive hoy el país resulta muy similar a las que
en épocas pasadas desencadenaron conflictos internos, mismos que provocaron se descuidara el territorio insular, condición que a su vez fue
aprovechada por naciones oportunistas.
Quizá el futuro luzca
poco esperanzador; sin embargo, estamos justo a tiempo para remediarlo, únicamente
se necesita un poco de sensibilidad y entendimiento de que en lo individual
somos parte de la solución. La participación civil es fundamental para detener
la depredación y contaminación que sufren mares e islas. Exigirlo a las
autoridades es obligación de los ciudadanos.
Los océanos y sus
islas seguirán siendo campo fértil para la investigación, generadores de
fabulosos descubrimientos. Es de esperarse que durante el siglo XXI la ciencia
avance a mayor velocidad, y junto con ella la tecnología, que sin duda tendrá
que ser más justa y amigable con el medio ambiente.
El aprovechamiento
racional de los recursos marinos es indispensable, no sólo para conservar
plantas y animales, también para nuestra propia especie.
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